lunes, 14 de febrero de 2011

Cartas de Anton Chejov y Olga Knipper





Chéjov (1860-1904) fue un escritor y dramaturgo ruso. Intercambió una inmensa correspondencia con la que sería última mujer importante en su vida, además de intérprete de su teatro. Pues Olga Knipper (1868-1959), rusa de origen alemán, era una de las actrices principales del moscovita Teatro del Arte, que puso en escena las últimas obras de Chéjov. En sus cartas se aprecia el nacimiento del amor, el matrimonio casi secreto (la familia de Chéjov no simpatizaba con Olga) y siempre su anhelo de encuentros y sus continuas separaciones que crean en ella –que pierde un hijo del escritor– la conciencia de no ser una buena esposa. Las separaciones tenían dos razones: por su tuberculosis, ya que Chéjov debía pasar los inviernos en lugares cálidos (Yalta o Niza), y a la vez él no quería que por ello Olga sacrificase su carrera de actriz. Aunque la salud de Chéjov se deterioraba por momentos, asistimos a sus esfuerzos por llevar una vida casi normal, sentimos como ama libremente a su mujer, y como al final muere en sus brazos (tras acabar de beber champán) en un balneario alemán, al que habían acudido juntos. Son cartas entrañables y siempre íntimas, donde se asiste al desarrollo del amor y quizá a la fase final en que incluso el cariño supera al deseo.






De Chejov a Olga



Yalta, 27 de septiembre de 1900


Olga, querida mía, mi pequeña actriz maravillosa, ¿por qué ese tono, ese humor quejoso y amargo? ¿realmente soy tan culpable? Pues bueno, perdóname, querida mía, mi zagala, no te enfades, no soy tan culpable como te lo hace creer tu desconfianza. Hasta el momento no he podido ir a Moscú porque estaba enfermo, no hay otro motivo, te lo aseguro, querida, te doy mi palabra. ¡Palabra de honor! ¿Me crees?

Me quedaré en Yalta hasta el 10 de octubre, trabajaré y luego saldré hacia Moscú o, según mi estado de salud, hacia el extranjero. En cualquier caso, te escribiré.

No he tenido carta de mi hermano Iván ni de mi hermana Macha. Evidentemente están molestos, pero no sé por qué.

Ayer estuve en casa de Sredin; había muchos invitados, casi todos desconocidos. Su hija está clorótica, pero va al liceo. Él padece de reumatismo.

En cuanto a ti, escríbeme detalladamente cómo ha ido "La hija de las nieves", cómo ha sido el principio de la temporada, cuál es el estado de ánimo de todos, cómo está el público, etc, Y, puesto que no eres como yo, tienes mucho que escribirme, tienes material para dar y regalar, mientras que yo no tengo nada, salvo quizá una cosa: hoy he cazado dos ratones.

En Yalta sigue sin llover. ¡Esto sí que es sequía! Pobres árboles, especialmente los del monte de al lado, que durante todo el verano no han recibido ni una gota de agua y están completamente amarillos; es como las personas que no reciben ni una gota de felicidad a lo largo de toda su vida. Hay que creer que así debe ser.

Escribes: "tienes un corazón amante, tierno, ¿por qué lo endureces?". Pero ¿cuándo lo he endurecido? ¿Cómo, pensándolo bien, he dado prueba de esta dureza? Mi corazón te ha amado en todo momento, y ha sido tierno contigo, nunca te lo ha ocultdo, nunca, nunca, y tú me acusas así a la ligera.

A juzgar por tu carta, deseas y esperas alguna explicación, una larga discusión, con caras serias y consecuencias serias; pero yo no sé que decirte, como no sea una cosa que ya te he dicho mil veces y que, por lo que parece, seguiré diciéndote durante mucho tiempo, esto es, que te quiero, y nada más. Si ahora no estamos juntos no es por culpa mía ni tuya, sino del diablo que ha puesto en mí el bacilo y en ti el amor por el arte.

Hasta la vista, mi querida viejecita, que los ángeles te guarden. No te enfades conmigo, palomita, no estés triste, sé sensata.

¿Qué hay de nuevo en el teatro? Escribes, te lo ruego.

Tu Antonio

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De Olga a Chejov


Moscú, 11 de diciembre de 1900


No puedo hacerme a la idea de nuestra separación. ¿Por qué te has ido, cuando deberíamos estar juntos? Ayer, cuando el tren se alejaba y tú con él, sentí por primera vez con agudeza que nos separábamos de verdad. Caminé durante mucho rato tras el tren, como si no me lo creyera, y de repente estallé en sollozos; lloré mucho, como no lloraba desde hacía muchos, muchos años. Estaba contenta de que Lev Antonovich estuviera contigo, sentía que él me comprendía y no me daban ninguna vergüenza mis lágrimas. Fue muy delicado, muy tierno, caminaba en silencio. Al final del andén nos quedamos mucho rato esperando que se fueran las personas que te habían acompañado: me repugnaban tanto que no hubiera podido ni verlas. Llorar me resulta algo suave y las lágrimas eran abundantes y cálidas, en los últimos años había perdido la costumbre de llorar; lloré y me sentí mejor. Fui a casa de Macha, me senté en un rincón y lloré suavemente durante mucho rato. Macha se quedó a mi lado en silencio; en la otra estancia María Timofeievna hablaba tranquilamente con Sulerjutski. Final del capítulo. A continuación pasaron todos a nuestra casa y Lev Antonovich empezo a examinar a las dos Marías de física y de geometría hasta hacernos reír. Con la nariz hundida en la almohada yo oía todo como en un sueño. Él les contaba cantidad de cosas sobre su vida, les enseñaba juegos de manos, pero yo me había desconectado por completo y en mi pensamiento iba contigo, oía el ruido cadencioso de las ruedas, respiraba el olor específico del vagón, me esforzaba en adivinar en qué pensarías tú, que pasaría en tu alma y, puedes creerme, ¿lo adiviné todo...!

A continuación cenamos tranquilamente. Sulerjitski y Drozdova nos hicieron reír, adoptaron todo tipo de actitudes extrañas y hablaron de modo risible. Se fueron y nosotros nos acostamos. He dormido mal, con sueño pesado, y me he levantado tarde; alrededor de mediodía he ido al teatro y allí me he enterado de que no había ensayo, pues se ensayaba "Stockman": Raevskaia está enferma y es Kocheverova quien la reemplaza para no cargarse el espectáculo. Al salir del teatro he ido a buscar noticias a casa de Raevskaia. Me encontraba bien y de humor tierno, era hermoso ver la caída de la nieve; me gusta esa sensación de calma y de suavidad. Raevskaia apenas habla, está en la cama con una bronquitis fuerte y 39.2 grados de fiebre. A continuación he vuelto a casa, he leído a DŽAnnunzio y me he puesto a escribirte, mi querido y buen Anton.

Seguramente recibirás mi carta el sábado, pues tardan al menos cinco días. ¿Cómo llegaste? ¿Cómo eran tus compañeros de viaje, no te han molestado con tus cigarrillos? ¿Has discutido con ellos? Aún no son las cinco, y a las nueve estarás en Varsovia. Presta atención, no cojas frío al cambiar de tren, y, por el amor del cielo, protégete y no te enfades conmigo si te hablo así, querido mío, y sigue llamándome, como en el pasado, "mi alma", "cachorrillo" y "chiquilla valerosa", ¿te parece?

Ya sabes, Antón, que me da miedo soñar, esto es, interpretar los sueños, pero me parece que de nuestro sentimiento surgirá algo bueno, fuerte, y cuando tengo esta fe siento mi ánimo maravillosamente despejado, siento el corazón cálido, tengo ganas de vivir y de trabajar, las vulgaridades de cada día ni me afectan y ua no me planteo preguntas sobre el sentido de la vida. Tú alimentas en mí esta fe, esta esperanza; los dos estaremos bien y no nos resultará difícil vivir separados estos meses, ¿no es así, querido mío? No sé por qué, me parece que ahora te pondrás a trabajar a gusto, y además en Niza descansarás, te pasearás; y así te sentirás aún más atraído hacia tu mesa de trabajo.

En cuanto a mí, ¿llegaré a saber sobre qué estás escribiendo? Aunque sean dos palabras...

Recuerdo incisamente nuestra despedida en Sebastopol y la de ayer. Cuánto más fuerte y limpia ha sido esta última, ¿verdad?

Viviré y trabajaré, no estaré triste y pensaré en la primavera, en nuestro reencuentro. ¡Tú también, mi querido, mi amado! Beso, tu amada cabeza, tus hermosos ojos, tus suaves cabellos, tus labios, tus mejillas, tu frente inteligente, te estrecho entre mis brazos y te pido que me ames, que me ames y que escribas más a menudo a tu cachorrillo.
 

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