domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuando el caracol sale (1ª parte)

Construida ahora con los restos de varios naufragios, parece que he conseguido cierta firmeza. Ya no es fácil hacerme tambalear al mínimo movimiento del aire- un duelo de titanes el aire y yo-, resulta curiosa la forma en la que me aferro al suelo. Pura supervivencia. Al contrario de lo que el interior contiene; ahí sí que la decepción en  las cosas se palpa a simple vista, libros, mesas, cuadros, nada resulta sólido, todo tiene aspecto de estar al borde del derrumbe, una sensación tan aterradora que me paraliza. Desde luego, habitar un lugar así no resulta agradable, más aún sin tener la certeza de las personas que realmente me acompañan, pero estoy decidida a hacer cualquier cosa; aceptaría cualquier propuesta, cualquiera. Convencida  de que a esa puerta no se acercara nadie- todo queda así en el interior; salvo el azote del temporal, claro-,  y pese a las dudas de las que soy prisionera, sé que es el punto exacto desde el que debo  comenzar, reconocer,  explorar el territorio hostil que ante mis ojos se extiende ahora como una negra y densa mancha de aceite quemado.
Bordear un gesto, buscar la palabra adecuada, pensar, eso sí, hay que calibrar las posibilidades agazapada, como animal que espera a su presa, satisfecha, saboreando un triunfo que aún no existe en realidad; en la habitación de al lado huele a sangre.
Desde primera hora el ruido es inaguantable, una vez recorrido un corto tramo una se acostumbra a todo. Las luces permanecen aún encendidas, ésto me ha hecho recordar a Keyla y su enfermiza obsesión por dejarlo todo a oscuras. Se sentía a salvo en la oscuridad más absoluta, el resto del tiempo lo pasaba en alerta. Natural, a esa altura tienes que estar preparado para cualquier cosa.
 Todavía no aparece nadie, tengo la sensación de que el día será lento.
Pickerton ha dado orden expresa de no ser molestado, otra vez, orden que se formula unas veinte o treinta veces al día, y que casi nunca se cumple, pero que debería cumplirse; él es el mayor de los necios que reside en el edificio. Deberían ignorarlo por completo, así se matan dos pájaros de un único e infalible tiro. A propósito del tiro, el tipo que se cayó desde el piso 26 también tenía un tiro, en el temporal derecho (decía el informe).  Temporal me parece una palabra desacertada, no sé qué relación tiene el temporal que nos afecta como una condena algunos inviernos, con un hueso de la cabeza. Tendré que analizar esa cuestión
Nada. Ahora se apagan las luces. Louis asoma la cabeza por el pasillo.
Nº 211, bonito número, demasiado para un tipo tan estúpido como él; debería llamarse “temporal” en vez de sargento Louis Louit, nº 211.


No hay comentarios:

Publicar un comentario