lunes, 19 de julio de 2010

Una calle estrecha



El principio de mi historia podría ser desde cualquier lugar, lo importante son los hechos. A veces, hasta el final carece de importancia. Un tratado de buenas intenciones que se extiende a lo largo de la pieza metal madera papel o cartón, encajando con exactitud en este artefacto- explosivo con frecuencia- que es el transcurrir del tiempo , de la vida, del acontecimiento; sobre todo del acontecimiento. Todo gira en torno a los acontecimientos que con decadente crueldad nos caen encima como un hechizo invertido.
…Una puerta blanquísima anunciaba la estancia como un lugar donde la luz dominaba. Pero muy al contrario, daba paso a la cueva de la abuela, como la llamábamos entonces. Los azulejos que acordonaban la habitación -solo hasta la mitad- eran de color marrón oscuro; sobre ellos, en relieve, diminutas figuras geométricas danzaban en desorden. L otra mitad, hasta el techo, era de color amarillo, no de un amarillo normal, sino un tono que sólo se adquiere con el paso de los años y la mezcolanza difusa que las manchas de humedad plasmaba durante los inviernos.
A un lado, sobre la pared  izquierda, se sostenía a duras penas un enorme cuadro con un paisaje muy verde; y  al fondo del paisaje, sobre una montaña, un castillo rosa chillón, del que de pequeñas solíamos pensar que era la casa ideal para vivir. Debajo del cuadro, en un verde que parecía descolgado del mismo, un sofá muy grande; y en medio, una mesa de cristal donde se reflejaban los adornos de la lámpara que iluminaba la habitación como una sala de baile.
Frente al sofá había un mueble de madera muy oscura sobre el que descansaba el viejo televisor en blanco y negro que llevaba con nosotros tanto tiempo como yo, y que me alegró de alguna forma nuestra niñez. Pero lo que más recuerdo era la góndola dorada que mi trajo de Italia, con bailarina y gondolero atrapados en un baile eterno cada vez que accionábamos el mecanismo, y que mi abuela había colocado en el estante más alto del mueble para que no la pudiésemos alcanzar; convirtiéndose, así, en símbolo perenne de nuestro deseo infantil. No era agradable a primera vista, era tan oscura que parecía una tragedia en suspenso.


Ese era el lugar de reunión donde, después de comer, los mayores tenían conversaciones larguísimas que se prolongaban casi hasta la hora de la cena y donde nosotras nos solíamos sentar después con la abuela para que nos contase cuentos. El olor de la habitación era tan duro que asustaba, sobre todo por el aroma inconfundible de los cigarros de Pedro. Él era el hijo mayor de mi abuela. Había estado en Francia muchos años, ahora había vuelto para quedarse y no sé si eso era bueno para nosotros: recuerdo a mi padre enfadado, mi madre regreso a nuestra casa y la abuela lloraba algunas veces.
Hay ocasiones que están llenas de andenes. El tiempo es especialmente cruel con los andenes. Hay veces que la vida te arrolla desde una estación desconocida a la velocidad de un expreso, y esto es mucho más decisivo que el principio o el final. Hay algo inescrutable en la mirada de los acontecimientos rutinarios.

Así se encontró, de nuevo, subida en un tren de cercanías sin saber donde parar. No iría muy lejos, tampoco había  puesto especial intención en esto, sólo deseaba encontrar fácil conversación, hablar con algún desconocido que de forma amable la distrajera durante el trayecto a ninguna parte.
Caía ya la noche cuando sintió que un extraño aliento le soplaba desde la espalda .Era una sensación punzante que no la abandonó durante el camino de regreso.
Las nubes habían comenzado a dibujar el anuncio de la tormenta  que de forma descuidada – ahora- descendía por las calles cada vez mas solitarias
Parecía como si el mal se le fuera insinuando, por eso aligeró el paso y entró en el portal del edificio como un ventolera descontrolada;  permaneció a oscuras durante un momento y allí, en la oscuridad más absoluta, el pasado volvió a salir desde la niebla. 
Pulsó  el botón de la luz del corredor, temblorosa sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta con el miedo ensangrentando sus ojos. Cerró apoyándose contra ella y ya nada volvió a ser igual. Un deseo, una moneda al aire, quizás un extraño pensamiento infantil que la situaba en el borde de acantilado; imploró en la forma que sólo los desesperados claman ¡Por favor, por favor, que no vuelvan!. Alguien o algo la empujó, y comenzó a descender. Duro toda la noche…
Pedro, el hermano de mi padre, nos visitaba cada verano en la casa del pueblo donde terminaba reuniéndose toda la familia a lo largo del mes que allí permanecíamos. Era un continuo ir y venir, hacer y deshacer maletas de los familiares que nos frecuentaban. 
Siempre tuve la sensación de que mi familia era como la de esos clanes mafiosos de las películas, y el tío Pedro el “Padrino” de todos.

Tardé muchos años en hilar las consecuencias de estas reuniones familiares. Pero sobre todo hay una imagen en mis sueños de la que no he podido desprenderme. Mi hermana siempre estaba asustada, y Marta – la muchacha de servicio- la consolaba continuamente, como si tuviesen algo en común.Sólo ella era capaz de calmarla, y a mí esto me irritaba muchísimo. No entendía nada. Siempre fueron los recuerdos confusos los que marcaron nuestras vidas, los secretos, los miedos, y la figura de ese personaje sobre el que giraban los acontecimientos.

Quiero creer que mi estancia en este lugar no sólo se debió a esos acontecimientos que todos arrastramos; que mi hermana no se suicidó con trece años por su causa, que mis padres no se divorciaron por su intervención e intrigas, que mi familia se fragmentó como las piezas de un juego roto. Quiero pensar… Pero estas malditas pastillas no me dejan.



2 comentarios:

  1. Es un texto sobrecogedor... Por un momento no sabía exactamente lo que estaba leyendo, perdía el hilo, pero el final justifica el trayecto.

    Me ha encantado tu personaje. Quiero pensar que no es autobiográfico, pero a mí las pastillas tampoco me dejan...

    UN Beso, Isabel.

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  2. No Jose, no es autobiografico, los escribi en 2005 en un taller de creacion literaria. Solo la habitacion era de alguna forma real, pero ya no existe.
    Me alegra esa sensacion que te ha provocado porque era la intencion, hacer que el lector se pierda lo mismo que el personaje.
    Gracias por compartir tu impresion, me alegra tenerte por aqui.
    Un beso.
    Isabel

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