jueves, 5 de noviembre de 2009

Cuentos eróticos

Éste es uno de los primeros cuentos que escribí, estuve con ellos guardados hasta que me atreví a mostrarlos algún tiempo después, en realidad casi me pasó ésto con la mayoria de los textos que escribí  .Como ésta es una puerta abierta a todas y cada una de las intenciones que por mi mente cruzan - será la sexta intención-, volveré a abrir las puertas de la sensualidad mental que tenia cerradas,y volveré a escribir alguno más.








LA  HIJA  DEL  FARAÓN
Cuatro  doncellas  avanzaban  como  en  una  danza  flotante,  portaban  cada  una  de  ellas  una  antorcha  prendida,  que  torpemente  iluminaba  el  pasadizo  que  habían  de  recorrer  hasta  llegar  al  templo.
Luego  allí, las  esperaba  la  nodriza  que   con  minuciosidad  las  examinaba  antes  de  pasar  a  la  sala,  donde  serían  bañadas  en  aromas  y  arregladas  para  el  sacrificio;  un  rito  no  de  sangre,  sino  de  ofrenda  corpórea  que   solamente  satisfacía  a  los   sacerdotes  que  cuidaban  el  oráculo.
Eran  instruidas  con  la  precisión  de una  máquina, a  cada  una  de  ellas  se  le  encomendaba  una  tarea  diferente,  y  además,  debían  de  fantasear  una  historia  para  entretener  a los  sacerdotes.  De  todas  ellas,  sólo  una  podría  quedar  liberada  del  sacrificio  de  su  virginidad,  y  así,  podría  ser  desposada,  de  lo  contrario,  pasaría  a  formar  parte  de  las  concubinas  del  templo,  atrapadas  para  siempre.
Una  a  una,  hasta  tres,  contaron  sus  historias  cargadas  de  toda  la  sensualidad  y  el  erotismo  que  fueron  capaces.  Ninguna  de  ellas  lograron  la  satisfacción  de  los  sacerdotes  que  con  claras  muestras  de  aburrimiento,  soportaban  los  relatos.
.......  El  olor  a  incienso  y  humedad  la  estaba  asfixiando,  ¡sentía  tanta  necesidad  de  salir  de  allí!,  sin  embargo  ni  siquiera  había  preparado  una  buena  historia  que le proporcionara la  libertad.  Los  sacerdotes se  relamían  al  mirarla,  pues  de  las  cuatro  era  ella  la  más  bella,  la  más  sensual,  la  más  deseada.
Trató  de  agudizar  su  ingenio  hasta  el  límite,  respiró  profundamente,  y  comenzó  su  relato........


“Hace  mucho  tiempo,  vivió  un  príncipe  egipcio  de  corta  inteligencia y un  enorme pene, que  exhibía  continuamente  erecto,  entre  las  sedas  de su  túnica.  Tal  era  su  vanidad  que  mandó  construir  una  figura  de  alabastro  negro,  que  reprodujera   con  toda  exactitud  su  porte  y  el  descomunal  tamaño  de  su  pene.  Lo  mostraba  como  un  trofeo  de  guerra,  se  divertía  con  el  asombro  que  provocaba  entre  sus  invitados;  luego  se  masturbaba  ante  ellos  frotándose  lascivamente  contra  su  imagen  negra  y  brillante.
Una  joven  viuda,  fue  llevada  a  palacio  para  encargarse  del  cuidado  y  orden  de  los  aposentos  del  príncipe;  examinada  con  escrúpulo,  este  dio  su  aprobación  y  permitió  se  encargara  del  trabajo.
La  figura  en  cuestión  tenía  fabricado  una  especie  de  altar  adornado  en  seda  roja  y  estaba  ubicada  en  u  rincón  de  los  aposentos  del  príncipe;  un  rincón  de  ensueño,  lujurioso  de  fondo  rojo  que  resaltaba  el  contorno  negro  y  brillante  de  aquel  prodigio  de  miembro,  en  toda  su  dimensión.
Cuando  la  muchacha  vio  por primera vez semejante  estampa no pudo, por mas que intentó, ahogar un grito de  angustia  placentera.
Cada  vez  que tenia  que lustrar la  figura,  procuraba  hacerlo  en  soledad,  así  fantaseaba  con  ella  como  si  se  tratase  de  un  amante  etíope  muy  bien  dotado,  la  besaba,  la  lamía,  incluso  al  oído , le  susurraba  palabras de deseo.  Luego  trepaba hasta su cintura, y abrazada al cuello se penetraba hasta derramarse. En negro y blanco la pasión quedaba impresa.
Tras el acto la lavaba como a una persona, con ternura y la secaba con las finas toallas del príncipe, y con pena se despedía de su amante de piedra negra.
.....Los sacerdotes cada vez estaban más inmersos en la historia, incluso alguno había comenzado a tocarse muy excitado...



Cada día acudía al oráculo y depositaba ofrendas pidiéndole a los dioses la bendijeran con la fortuna de encontrar un amante real.
Una de las veces que la viuda  retozaba con su amante de alabastro y jadeaba en un tono excesivo, el príncipe la sorprendió. Fue expulsada de palacio y azotada. Tal fue la cólera del príncipe que en un esfuerzo descontrolado, empujó la figura que el suelo, quedó dividida en dos partes, el cuerpo fragmentado, el pene indemne.
Al salir de palacio, todo apresurada, la viuda llevaba su más deseado objeto entre los pliegues de su vestido.

...La doncella hizo una pausa y controló la excitación que su historia estaba provocando, más no sabia continuar. Nuevamente la angustia agudizó su imaginación que a golpe de desesperación inventaba sucesos encadenados, que ni ella misma sabía a donde la llevarían......
La muchacha se fabricó un muñeco de ébano al que implantó el enorme pene para así satisfacer su deseo en soledad.
Los soldados, aquella noche registraban algunas casas buscando a algunos esclavos que habían escapado.
Con mucho miedo tapó a su muñeco entre las mantas de su cama, la calma llegó.
Desde el otro lado de la ventana, agazapado en la oscuridad, observaba y se deleitaba con la visión de la danza lasciva que la mujer bailó encima de aquel muñeco inerte y frío.
La astucia, la premura y la agilidad en sus actos hicieron que el esclavo actuara con rapidez.
Una vez la mujer se hubo dormido, el esclavo, con mucho cuidado se deshizo del muñeco y se metió entre las sábanas de la viuda; que a la mañana siguiente, sorprendida y deleitada bendijo a los dioses por haberle concedido su deseo más ambicionado,”
Terminó así su relato. Vió satisfecha que los sacerdotes sonreían de agrado. Le dieron permiso para salir del templo, pero debía hacerlo en un tiempo limitado, una vez el reloj de arena hubiese derramado su último grano, ella debería estar fuera, de lo contrario, ya no saldría.
El camino de regreso debería encontrarlo con su intuición a través de los  pasadizos  del templo.
La doncella corrió y corrió durante mucho tiempo y no hallaba la salida, de pronto vio la luz de aquel maldito pasadizo, más no lo lograba alcanzar.


Tumbada sobre su lecho de rosas, la hija del faraón se despertó empapada, sucia, derramada, angustiada, casi sin aliento. Todo había  terminado. Había despertado de un sueño.



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