sábado, 28 de enero de 2012

Juicio Clínico


He empezado a llorar desconsolada mientras fregaba una olla, la bayeta se ha teñido con los restos de salsa de tomate, no he podido recuperar su color, a pesar de haberlo intentado con insistencia. El sumidero se ha tragado las sobras, han bajado por la cañería y han desaparecido. Pero la bayeta ha cambiado de aspecto. Algo inesperado  ha sucedido. Por eso, durante cinco minutos he llorado hundida en la más absoluta desesperación. He cocinado después de llegar del hospital. Macarrones.
 Anoche me detecte un pequeño nódulo en el costado. Hace dos semanas que no coincido con mis amigos en el desayuno,  esta mañana me he reunido con ellos. No he comentado nada. Después he subido al lavadero de mi casa. Llevo un año sin limpiarlo. Es lo más parecido a los restos de un naufragio. Me he apresurado en eliminar las señales del abandono. El técnico ha llegado antes de lo que esperaba. Su mirada era un auténtico reproche, aunque no ha conseguido intimidarme. Cuando ha terminado de reparar la lavadora, he conducido  quince kilómetros hasta el hospital. En el trayecto miro la franja de mi rostro que se ilumina en el retrovisor. Todavía me reconozco, aunque algo marcha mal en mi cabeza. Ese ha sido el feroz diagnóstico. Ni el historial que he acumulado durante años, ni la última intervención (un carcinoma) han convencido al médico.  Puede que haya convivido con él durante años, me ha dicho, a simple vista parece superficial.  Yo lo noté anoche,  la incertidumbre me ha roto. Por eso ella piensa que soy un caso de estudio. Pero en realidad lo que no he podido soportar  son  las huellas que la salsa ha dejado  en su perfecto amarillo.


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