domingo, 26 de septiembre de 2010

Tres relatos breves



 Palabras
 No sé con exactitud cuál fue la primera que aprendí, mi madre no lo recuerda, y yo a pesar de tener una memoria importante, tampoco. Lo que sí recuerdo con precisión es que con tres años hablaba como un adulto, mi vocabulario era extenso- aún no había leído una sola línea pero me encantaba escuchar historias-, hasta tal punto que mi madre me enviaba a hacer las compras de la casa dibujadas en un pequeño papel que junto con el dinero tenía que proteger como a mi vida, aunque yo no sé si era muy consciente de esta situación. Tengo en mi memoria el agradable impacto de aprender a escribir con la misma edad, guiada por los dedos alargados, blancos y suaves de mi maestra, Matilde- que sobre sus rodillas me alzaba para que pudiera alcanzar el cuaderno de dos rayas que había sobre la mesa negra de madera-.

 Merienda
En las tardes de invierno solíamos sentarnos, acompañadas de nuestras dudas, a la mesa de la cocina. Mi hermana coloreaba un dibujo y yo hacía cuentas de sumar y restar  a la vez que degustaba un chupe que había conseguido quitar a mi prima. Mi madre me indujo lascivamente a que arrojase el mío por la rejilla de la cometida de la calle. Al instante entendí la palabra desesperación por primera vez. Pero la astucia de las niñas pequeñas las dota  de cierta habilidad para resolver problemas cotidianos sin necesidad de que  ningún  mayor intervenga.
Así que, mientras mi madre hacia sus cosas yo me ponía el chupe con la seguridad de que nadie me delataría, a pesar de que  mi hermana  intentara llamar su atención  gritando para descubrirme.  Mi madre poco caso hacia a sus continuos llantos; entonces yo me sentía a salvo una vez más.
 Origen

 Había en mi niñez tiempos de silencio voluntarios, quiero decir, que algunas veces no hablaba para evitar que mis palabras impactaran sobre mí directamente, recuerdo esos silencios y la irritación que provocaban a mí alrededor cuando todos sabían de mi desparpajo para expresarme. Pero yo sentía que debía guardar silencio porque esas mismas palabras que percutían en mi cabeza me sobrecargaban de una responsabilidad que no quería tener. Tengo una hermana acoplada - más pequeña y más querida  pensaba yo- con la que tenía que cargar como si fuera mi propia hija, y ésta no pronunció una sola palabra hasta que cumplió cinco años, así que yo me sentí obligada a hablar por las dos. Con once años me arrastraron- de forma literal- a un internado,  en esos años empecé a escribir mis primeros cuentos tristes  de los que deshacía con la misma velocidad  que los escribía.



2 comentarios:

  1. PALABRAS: No sé hasta qué punto es primordial recordar nuestra primera palabra. Lo que sí sé es que cuesta trabajo recordar todas las que aprendemos día a día... ¡Coño!, yo también tuve una maestra que se llamaba Matilde. ¡Qué casualidad!

    MERIENDA: Eso que te pasaba a ti con el chupe es lo que me pasa a mí con el tabaco. Pero por mucho que me aconsejen que lo deje (incluso yo mismo), siempre acabo encendiendo el último cigarrillo antes de dejarlo... Y luego otro, y otro...

    ORIGEN: Aunque fueron circunstancias diferentes, este relato me recuerda mucho a mí... También hice mis primeros pinitos literarios con once años y los hice desaparecer. No eran precisamente un grato recuerdo.

    Querida Isabel, en esta entrada descubro que nos parecemos mucho.

    Echaba de menos tu Casa.

    Un Beso Enorme, Isabel.

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  2. Jose, yo también te echaba de menos, espero estés bien. Lo del tabaco deberías tomártelo en serio, yo deje el chupe hace años, se que es terrible pero…hay vicios que hay que ir dejando.
    Otro beso fuerte para ti
    Isabel

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