Para
llegar al hueso
no basta
con abrirse paso entre la carne
hay que
escuchar
el sonido
de la mano dentro,
ahondar aunque para ello
tengas que
apretar los dientes
hasta que crujan o salten por el aire.
Al
final de la ruta
escribes con lápiz en la lista de la compra
el nombre
de tus muertos
y de
repente empiezas a llorar
en la
cola del supermercado
porque
no encontraste la sal.
Un
hombre se da la vuelta
y te
mira como un padre:
toma,
me dice,
necesitas
otra oportunidad.
Sus manos
tiemblan al entregarme la sal
el llanto
cesa.
Ha sido
un gran avance
en la
ciencia de la compasión,
es como
recibir un ramo de rosas
cuando aún
estas viva.
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