Palabras
No sé con exactitud cuál fue la primera que aprendí, mi madre no lo recuerda, y yo a pesar de tener una memoria importante, tampoco. Lo que sí recuerdo con precisión es que con tres años hablaba como un adulto, mi vocabulario era extenso- aún no había leído una sola línea pero me encantaba escuchar historias-, hasta tal punto que mi madre me enviaba a hacer las compras de la casa dibujadas en un pequeño papel que junto con el dinero tenía que proteger como a mi vida, aunque yo no sé si era muy consciente de esta situación. Tengo en mi memoria el agradable impacto de aprender a escribir con la misma edad, guiada por los dedos alargados, blancos y suaves de mi maestra, Matilde- que sobre sus rodillas me alzaba para que pudiera alcanzar el cuaderno de dos rayas que había sobre la mesa negra de madera-.
Merienda
En las tardes de invierno solíamos sentarnos, acompañadas de nuestras dudas, a la mesa de la cocina. Mi hermana coloreaba un dibujo y yo hacía cuentas de sumar y restar a la vez que degustaba un chupe que había conseguido quitar a mi prima. Mi madre me indujo lascivamente a que arrojase el mío por la rejilla de la cometida de la calle. Al instante entendí la palabra desesperación por primera vez. Pero la astucia de las niñas pequeñas las dota de cierta habilidad para resolver problemas cotidianos sin necesidad de que ningún mayor intervenga.
Así que, mientras mi madre hacia sus cosas yo me ponía el chupe con la seguridad de que nadie me delataría, a pesar de que mi hermana intentara llamar su atención gritando para descubrirme. Mi madre poco caso hacia a sus continuos llantos; entonces yo me sentía a salvo una vez más.
Origen
Había en mi niñez tiempos de silencio voluntarios, quiero decir, que algunas veces no hablaba para evitar que mis palabras impactaran sobre mí directamente, recuerdo esos silencios y la irritación que provocaban a mí alrededor cuando todos sabían de mi desparpajo para expresarme. Pero yo sentía que debía guardar silencio porque esas mismas palabras que percutían en mi cabeza me sobrecargaban de una responsabilidad que no quería tener. Tengo una hermana acoplada - más pequeña y más querida pensaba yo- con la que tenía que cargar como si fuera mi propia hija, y ésta no pronunció una sola palabra hasta que cumplió cinco años, así que yo me sentí obligada a hablar por las dos. Con once años me arrastraron- de forma literal- a un internado, en esos años empecé a escribir mis primeros cuentos tristes de los que deshacía con la misma velocidad que los escribía.